En las últimas décadas asistimos
a cambios sustanciales, donde el modelo fordista-taylorista de organización del
desarrollo de la producción ha venido siendo desplazado por nuevas formas de
organización del trabajo, las que han sido denominadas como, neofordismo,
postfordismo, especialización flexible. Estos cambios, junto con la
reestructuración económica y política, parecen estar configurando una respuesta
a la crisis capitalista, en vistas a recuperar los niveles de productividad
perdidos.
Si bien no se puede hablar que
las formas de organización del trabajo tuvieron una correlación directa en el
campo educativo, la presencia de muchos conceptos y prácticas nos dan cuenta
que influyeron e influyen en sus conceptualizaciones y prácticas.
Con el discurso
fordista-taylorista se introducen en la educación el saber parcializado, los
refuerzos positivos y negativos, el control individualizado de cada alumno, el
rendimiento, determinadas maneras de selección y de formación. Con el nuevo
modelo, la educación adquiere nuevas exigencias de “flexibilidad y capacidad de
adaptación”, que deben tener las organizaciones escolares, los técnicos,
directivos y docentes para poder ofrecer respuestas ante las contingencias
imprevisibles, situaciones singulares o demandas de sus potenciales clientes.